lunes, 12 de diciembre de 2011

Crónica: Bajada a la Llorona, Matatlán.



La llorona si existe.

No, no estamos hablando de leyendas de pueblos, sino de una realidad maravillosa, un lugar al que solo unos cuantos tienen acceso, al que solo los guerreros pueden arribar; en un poblado muy cercano a la zona metropolitana o más certero al municipio de Tonalá el Sábado 10 de Diciembre me llevaron de la mano a recorrer una ruta a lo extremo, la más dura que hayamos hecho como equipo y sin lugar a duda la más hermosa a la que hayamos tenido acceso.

Cuando se vive tan intensamente un suceso, difícilmente se puede ser objetivo, parcial y certero, si en esta ocasión se exagera en algunos adjetivos, es porque en verdad vale la pena expresar lo que vivimos ese día asi fervientemente.



Con excelsa puntualidad, Master, Kino y Panzer llegamos al lugar de la cita, donde seríamos guiados por uno de los ciclistas más respetados y longevos del estado hasta el poblado de Matatlán para conocer un trayecto que solo los lugareños conocen, un lugar inhóspito, poco explorado y sumamente peligroso y que Gerardo Gelasio Trujillo Lara, había tomado a bien mostrarnos como quién comparte sus riquezas, incluyéndonos asimismo en su herencia; y a la que el Terrible no acudiría, lástima terrible de la que te perdiste, pero ya tenemos pretexto para regresar.

40 minutos tardamos en llegar al sitio, una brecha en malas condiciones que no mermó las ganas de llegar de Kino, quié nos traía como ganado porcino disfrutando de los saltos y brincos que su vehículo daba. “Estacionate aquí Kino, Jóvenes hemos llegado” dijo el Jefe Gelasio, “Lleven solo lo necesario, viajen ligeros”

Siendo honestos hasta ese punto no sentía esa emoción que experimentaríamos más delante, de algún modo seguía pensando “Venir hasta aca, para bajar la barranca… bueno, pues vamos a ver que…” y nada podía haber sido más grosero y equivoco de mi parte que el haber pensado así.




Nos arrancamos a buen paso entre sembradíos para llegar al camino secreto que apenas si era notorio entre las milpas secas que cubrían el área.


“Ahora si, tomen sus tiempos y algo muy importante: lo que hace la mano, hace la tras. Vamos a trabajar todos los músculos de su cuerpo, es de gran importancia que vayan utilizando todos ellos y que vayan sacando provecho de todo lo que la naturaleza nos proporciona para culminar la ruta” – nos dijo el buen Gel a la vez que se arrancaba sin decir más a muy buen paso

Ahí nos tenían, a 3 gorilas Primates siguiendo a un joven de cincuentaytantos años con el corazón de un niño y la fortaleza de un jóven, indicándonos el camino que había que seguir para nuestro encuentro con algunos de nuestros miedos más arraigados, una lucha con nuestros temores, y una prueba extrema para cada uno de nosotros.

La pendiente era exageradamente inclinada, resbalones en todo momento y duros sentonazos obtuvimos conforme recorríamos metros, un camino no solo empinado sino inclinado horizontalmente y de no mas de 25 cm en varios segmentos y luego nada….. aire, vacio, miedo, y aquella inmensidad de cañada retándonos a continuar sin mirar abajo, ya que poco había que mirar salvo un pequeño punto de vegetación densa y muy verde que Gelasio indico con el dedo índice: “Alla es a donde vamos mis Primates” cuando los únicos valientes en asomarse fueron Master y Kino siguiendo en línea recta imaginaria el lugar al que apuntaba nuestro guía, mientras yo solo pude hacerme wey y voltear al lado opuesto para agarrarme de un matorral de raíz robusta pidiendo a los dioses de la montaña toda la fortaleza posible para no temer.



Seguimos el camino, con buena marcha sujetándonos de lo que se pudiera, el sendero presentaba caídas de hasta 70cm y segmentos discontinuos que había que cruzar como se pudiera, agarrándonos fuertemente de las rocas con manos, dedos uñas y dientes; luego sogas, sogas viejas, nuevas, podridas y amarradas de arboles por doquier. Si bien es cierto que la indicación previa de nuestro personaje y guía había sido la de llevar guantes, nunca nos imaginamos que nuestra primera lección de escalada la tendríamos en condiciones tan extremas, y en pleno campo, sin prácticas previas ni teoría, ni nada… solo así bajo la premisa de lo haces bien o lo haces bien. Nada más.

Kino fue el primero en adaptarse a las circunstancias, cual niño que aprende a hacer algo de manera muy natural, y siguió el paso de Gelasio firmemente, Master también lo hizo muy práctico, aprovechando su tronco y musculatura, a mi me costo un poco más. No se mis Evolucionados amigos, pero mis pulsaciones estaban a tope, y no era precisamente por el esfuerzo físico, sino por lo difícil del terreno que estábamos transitando, la sensación de hacer algo totalmente novedoso, difícil, duro, y sobre todo la excelente compañía eran motivos de sobra para vivir intensamente lo que ahí estaba pasando: Viviendo el momento el justo instante.



Luego de 25 minutos de duro camino la flora nos cubrió por completo, los rallos de sol nos abandonaron y las humedad en las piedras se hizo presente, a la vez que la dificultad se acrecentó para toparnos en breve con una Bomba bastante vieja que al momento de arrancar tiraba mas agua de la que subía… y fue ese justo instante en el que el tiempo se alentó… los segundos se convirtieron en minutos y pude ver al fondo a un Gelasio aplaudiendo lentamente el descenso de un Kino que mas que caminar por las rocas pudo flotar cual bailarín de ballet suavemente sobre la pared de piedras cuesta abajo, mientras un Master tomaba la siguiente soga con cara de concentración total y me miraba fijamente para gritarme “Vamos” a la vez que volteaba hacía abajo y le sonreía a la vida mientras veía al par de individuos seguir su camino hasta el rio que ya era visible y muy cercano; yo por mi parte filmaba esa película en mi mente con las piernas temblorosas y el agua de la bomba antes mencionada cayendo sobre mi cara saciando la sed de mi alma de completa felicidad.



Cuando la cámara lenta termino, ya estábamos abajo y el Jefe Gelasio ya se encontraba debajo de la cascada de agua termal disfrutando de las maravillas que la naturaleza le tiene reservadas a todos aquellos que renuncian a una cama tibia que madrugan y salen de puntitas de sus hogares para no ocasionar molestias para viajar al lado de excelente compañía a las afueras de la ciudad solo para arriesgarse a través de senderos violentos y exigirle a sus músculos que den el máximo solo para llegar a un lugar maravilloso y renacer bajo aquella cascada de agua tibia, con sonrisas todos, era inevitable borrarla, no había por que hacerlo, eso era un verdadero “Paraiso de Primates” como lo nombro Gelasio y había que disfrutarlo al máximo.



Estuvimos un momento bajo el agua de la cascada, recibiendo un masaje sin costo de una caída de agua que relajaba los músculos de la espalda que venían molidos por aquel curso exprés de escalada al que nos habíamos inscrito. Luego seguimos a nuestro guía por otro camino cuesta arriba y estando allí no repitió la dosis “Lo que hace la mano, hace la tras” y se aventó un clavado a una fosa de agua color turquesa, como una alberca natural rodeada de rocas enormes… y pues no hubo de otra más que de seguirlo y zambullirnos en aquella alberca natural.



Ahí nos encontrábamos los cuatro, mudos, incrédulos y asombrados de lo que estábamos viviendo, y al estar ahí fue inevitable retroceder en el tiempo así que nade y salí de ahí trepé un poco algunos metros por las rocas solo para lanzarme contra todos los pronósticos a esa fosa y sacudirme todo aquel miedo a las alturas y ser inmensamente feliz!!!


5 o 6 metros de profundidad habrá tenido aquella fosa, no lo se, pero tarde algo en tocar fondo y algo mas en salir a flote… al salir ellos reían conmigo y no tardaron Master y Kino en olvidarse de sus casi 90 años para ser mas niños que ni cuando fueron niños; así que se quitaron la máscara de rudos, de serios, de responsables y se dejaron abrazar por la inocencia a la que invitaba aquel maravilloso lugar… una y otra vez nos lanzamos hasta que … “lo que hace la mano hace la tras” y fue Gelasio mismo quién acató su regla al pie de la letra, como debe ser y también se lanzó para compartir los 4 aquella indescriptible experiencia.






El gozo también requiere de un orden, así que con reloj en mano nuestro Gurú anunció que era momento de iniciar el regreso. Nos cambiamos con cierta nostalgia, como aquel niño que no quiere bajarse del brincolín, pero certeros de que regresaremos algún día. Tenemos que.

Iniciamos el ascenso, un poco menos complicado técnicamente que la bajada, pero ya con los brazos cansados fue quizá igual de difícil. Gelasio y Kino subieron con muy buen paso, Master y Panzer un poco más atrás gozando el sufrimiento de aquella expedición. En un cruce de caminos les dimos alcance y pudimos apreciar como Kino seguía con las clases de escalada con el instructor Gelasio. Master y yo tomamos la decisión de continuar por el camino, que no era más sencillo pero al menos no teníamos que seguir moliendo los brazos nada acostumbrados a este tipo de ejercicio.



La subida por momentos fue gateando, resbalando igual que a la bajada sujetándonos de cuanto se pudiera, rocas, ramas, troncos y cuanto se pudiera para darle alcance al par de cabras monteses que iban a todo galope subiendo sin parar para culminar con la ruta 40 minutos después, con un ego más grande que el que nuestros cuerpos pudieran albergar.

Partimos de regreso a nuestra ciudad, no sin antes detenernos en una tiendita local, para preguntar por la ventana del vehículo: “Vende Lonches” – “no, pero se los hago” – toin, van pa´ bajo los 4 gorilas hambrientos para tragarse los lonches tamaño caguamo (familiar) más ricos que jamás haya probado, comparables solo con aquellos que nos hacían nuestras madres para el recreo; con sabrosa crema y queso de rancho, jitomate, cebolla, jamón y chile jalapeño… ¡Exquisitos de verdad!

Un entrenamiento suigeneris, extremo al 100%, hecho a conciencia que al estilo de Enigma nos tarareo aquella melodía que versa… “Return to Inocence”

Gracias especialmente a nuestro líder de esta exploración, Gelasio por compartir esto con nosotros, lo consideramos un gran tesoro y le damos el valor que se merece a esto que hemos vivido conjuntamente. Sin palabras jefe Gel.


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